Vuelo con el viento


Sentía el viento por todo el cuerpo, corriendo a través de las montañas. El pelaje se me movía de manera brusca, y había de poner las orejas hacia atrás. Tenía la nariz húmeda, los ojos medio cerrados, mirando el camino que había delante. Corría con decisión. Nada me hacía miedo. Sabía que yo era más fuerte, más rápida, era mejor.

La luna se alzaba ante mí como una bola de cristal brillante, era blanca, y alrededor le hacían compañía las mismas estrellas de siempre. Brillantes y parpadeantes. Algunas brillaban más que otras, y algunas eran de un color rojo. La noche era oscura, la luna me iluminaba cada rincón del bosque; las ramas de los árboles se veían viejas y oscurecidas por el paso del tiempo, las hojas se movían al ritmo del viento, y las que estaban bajo mis patas volaban por la rapidez en la que iba. Se oía la noche, los aullidos de los lobos, puede que de mi manada; de todas maneras me alejaba de ella. 


Me acuerdo la primera noche; estaba en casa estudiando par los exámenes de mañana, y me vinieron unos dolores muy fuertes, me toqué la sien, la tenía hinchada. Los dedos de las manos se me alargaban, y me hacía pequeña, bajita, y me llenaba de un pelaje de color negro y blanco. Al día siguiente me desperté a 50km de me casa; desnuda, sin ropa, con la piel arañada y llena de heridas. Tenía la pierna rota, o algo parecido, ya que me dolía muchísimo. No recordaba nada que hubiera ocurrido esa noche. Solo una gran luna blanca, y gritos, y después el gusto amargo de la sangre en los labios, y entonces me había desmayado. Al día siguiente había desaparecido del mapa de mi familia. Me había unido a la manada de lobos de la ciudad, y me habían echo hacer una promesa de sangre; aún recuerdo el dolor que eso me causó, el capitán de la manada me había dado la mano con una gota de sangre mía y suya, y justo cuando las encajamos me empecé a retorcer, me dolía el corazón, como si lo hubiesen empujado hacia delante, no había chillado, pero abrí la puerta de la sala de una patada, miré con una mirada asesina al capitán y me fui. Claro que había de volver, ahora ese era mi hogar, y nadie de allí sentía compasión por mí.

Ahora eso a cambiado, estaba huyendo, huyendo de ellos, de la manada sin corazón. No me quedaba nada, llevaba dos días corriendo por valles y montañas y bosques. Nada en comparación a los once meses de entrenamiento diario con la manada (Matando personas inocentes que solo servían como decoración, me preguntaba porque no utilizaban muñecos). No quería volver allí. Nunca más lo haría. Además había más manadas por el mundo. A doscientos kilómetros de casa había uno, hacia el norte, en una cueva. Y si iba a esa velocidad llegaría perfectamente. 

He podido huir de la oscuridad, he cortado las manos negras que me agarraban y ahora vuelo libre. Como una hoja de otoño.

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