Navegó por el verde cielo

Una vez me dijeron que la soledad es el arma del más fuerte, pero también la vulnerabilidad del más débil. Que es eso que nos hace conocernos, y que por eso para algunos estar solo es algo que tienen que evitar constantemente; porque les aterra conocerse, les aterra estar con algo que no les gusta, algo que no les agrada. Puede que piensen que están podridos por dentro, y que si alguien se da cuenta, todo ha acabado. Conocernos es, sin embargo, algo que tendríamos que hacer sin miedo. Porque estaremos toda la vida con nosotros mismos.



En ese momento odié a todo el mundo, me harté de todos. Me cansé de dar explicaciones a la gente, a justificar lo que hago en cada momento sin saber porqué y sin quererlo. Pero en ese momento no me importaba casi nada. Sentía mi cabeza llena, literalmente, no paraba de pensar inútilmente, le daba vueltas a todo sin conseguir llegar a lo que se suponía que quería llegar, tenía la sensación de que en algún momento iba a acabar haciendo alguna locura sin ser consciente; me sentía en el abismo con el miedo de caer en algo horrendo. 
     Cogí el maletín que siempre iba conmigo, pegado a mi mano. Me puse el sombrero marrón y salí de casa hacia el parque.
    El cielo era azul celeste, el aire purgaba el ambiente de la pequeña ciudad y arrastraba pequeñas hojas que caían de los árboles anaranjados, pequeñas hojas que los niños pequeños arrancaban del césped. Eso me relajaba. Pero era una mentira, no lograba salir de mi cabeza, ni lograba relajarme, algo me lo impedía. Me lo impedía yo, no sabía cómo pero me lo impedía. Solo quería dejar de pensar.
    Paré de caminar, me senté en el prado y me quité los zapatos, luego los calcetines. Me estiré y miré al cielo. Había parejas que me miraban de reojo extrañados, como si estuviera loco. No me importaba demasiado. 
    Me quité las gafas y me froté los lados del tabique. Me dolía un poco. Putas gafas; estaba ciego. 
    Cerré los ojos y me centré en los olores. Olía fresco, húmedo. Hacía ese olor que el aire hace antes de que empiece una fuerte tempestad, después empecé a oler el aroma dulzón que hacían las pocas flores que aún no habían sido arrebatadas por el otoño. 
    Y finalmente lo entendí: me había perdido entre mis pensamientos y el ruido de la ciudad, había navegado por los mares de mi vida encerrado en un barco sin vistas, y perdí el sentido de todo sin darme cuenta, me escapé de mi mismo; como humo.

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